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Mariana no terminaba 
de revelarse nunca 

Martín Velazco 

Quise recordar mi primer impresión de Mariana, hallar una foto, generar una evocación nostálgica; pero comprendo que aquel recuerdo casi adolescente se ha perdido del todo. La alusión me alcanza para rememorar que había leído hace poco ‘Crónica de la intervención’ de Juan García Ponce, donde el autor describe de forma obsesiva durante casi dos mil páginas, a una mujer homónima a la cual desea de muy diversas formas. Nunca pude sustraerme de esa correlación secreta: el edificio abúlico tenía para mí una connotación erótica.

 

Por un momento me imagino en aquel inmueble atravesado por árboles y polvo hablando de concupiscencias, y la ideación me evoca al ensueño que pude haber tenido hace una década. Pienso en aquella ciudad en ruinas, selva, y sangre, como una circunscripción en la que desear desesperadamente fue un acto de salvamento.

 

Quizá llegue el día en que esa vehemencia nos parezca excesiva.

 

Y esa vehemencia será también un espacio perdido.

 

“Mariana no terminaba de revelarse nunca y siempre podía volverse a empezar a descubrir rasgos y peculiaridades de ella. […] Más allá de su figura, estando su figura presente, no había ninguna necesidad de pensar y fuera de esa figura, poniéndola al mismo tiempo en el mundo, la luz también revelaba, por un lado, al terminar la blanquísima franja de arena, el oculto movimiento del mar que sólo se hacía evidente en el último giro sobre sí mismas de las olas que se sucedían unas a otras y rompían finalmente sobre la arena y, del otro lado, en el tupido jardín tropical que rodeaba los bungalows y en el que todas las variantes del verde se hacían posibles en las inesperadas formas y tamaños de las plantas, del mismo modo que el mar era unas veces azul y luego gris plata y luego verde también. Más lejos, en la dirección del mar, no había nada, sólo la pura luminosidad sin color del cielo desprovisto de nubes durante enormes extensiones sin fondo bajo las que también se levantaban, separándose del jardín, las abruptas elevaciones y los descensos de las altas montañas. Entonces, el mundo alrededor, igual que Mariana, tenía una realidad firme y segura ante la que era posible conmoverse sin llegar a poder apresarla nunca, sino disolviéndose del mismo modo en su carácter inagotable. Una cosa y otra formaban la imposible conjunción entre lo eterno y lo temporal."

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