[programa de intervención a espacios
en ruina condicionados por la violencia]
Derribar los aviones.
Nos despedimos del avión el 17 de diciembre del 2020.
Sabíamos que comenzaban a desmantelarlo y que,
a propósito del escenario descrito,
tendría que desaparecer durante los próximos días.
Entramos sin ser vistos. Amanecía en un silencio oscuro.
Amanecía como un desplazamiento sutil, entre la noche
y la noche con ánimo de ser el día.
Era invierno. Después de algún tiempo, volvemos a la noción
de lo que implica que haya sido invierno: Amanece más tarde.
El tiempo cambia en nosotros, como en el resto de los cuerpos
desfavorecidos, a toda escala, en su posibilidad
de habitar el interior de esta aeronave, que al final
como aquí se ha visto, también resultó ser pasajera.
Pasajera de sí misma
y pasajera de nosotros que la llevamos.
Tuvimos deseos de despedirnos de esta máquina
que hoy como nosotros que la hemos perdido, también
fracasa en el propósito que la trajo hasta aquí.
Esto que permanece es el corpus de una maquinaria
agonizante pero viva.
Esto nos devuelve a la idea de paraíso perdido,
recobrado y extinto.
Esto no volverá a volar.
Nos hemos reunido con el propósito de intentar
un pronunciamiento en relación a la pérdida
(La hemos llamado también desaparición)
de esta aeronave y eso no nos sublima ni nos envilece.
Solo nos coloca en una posición quizás incomoda
de haber sido testigos de algo.
La maza vencida de este volumen del despojo, regresa
a una modesta condición que quizá también puede ser incomoda,
pero aceptable por ser frecuente y nítida:
La de un hogar destruido.
Entonces, bajo el amparo de esta metáfora:
Fuimos refugiados/ y desplazados de ese refugio que fue este avión,
y lo sigue siendo hasta sus ultimas consecuencias.
Este avión/ País exiliado en sí mismo. Que nunca perteneció,
y que eso ahora hace más duro tratar de entender cómo llevar su duelo...