[programa de intervención a espacios
en ruina condicionados por la violencia]
Fragmentos de apuntes relacionados a las jornadas de registro a espacios demolidos de los integrantes del programa Teatro para el fin del mundo.
Ensayar la fisura
La práctica de demoler.
La demolición de arquitecturas es parte de una práctica empleada comúnmente como instrumento de gentrificación, mecanismo de anulación, emplazamiento y clausura del espacio. Se autoacredita como alternativa de reconstrucción, restablecimiento o seguridad a consecuencia del deterioro y la perdida parcial por derrumbes en el caso de edificaciones antiguas, representando en realidad uno de los negocios más redituables de las estructuras de poder político e inmobiliario.
Pero echar abajo el espacio tiene más implicaciones que lo que la compra-venta puede suponer. Es un ejercicio de violencia que destruye los vínculos de carácter humano naturalizados dentro de una comunidad frente a su entorno. Una instancia de supresión a la que la propiedad privada le adjudica el derecho de poder decidir sobre el espacio mismo, sin importar que este, tenga implicaciones en la memoria de una comunidad determinada. Echar abajo el espacio implica también la determinación de un vacío (O espacio reservado a la nada temporal) que pude ser considerado inservible hasta no existir una utilidad próxima; una producción desmedida de zonas baldías que como limbos territoriales conservan las características propias de la destrucción y el despojo. Echar abajo el espacio es en pocas palabras, una implicación política. Desaparecer las construcciones de vida, hace suponer una postura que se relaciona claramente con un ejercicio de violencia del cual se desprenden consecuencias claras en la estabilidad del entorno y su cambio sistemático de estabilidad.
Vacíos urbanos/ El destierro de lo residual.
Anular/desaparecer, invalidar usando como medio la destrucción material de un espacio como cuerpo arquitectónico, confirma en todo caso la negación del espacio antes que la existencia de un propósito futuro de utilidad. En ese sentido, la utilidad o el estado activo de producción en cualquiera de sus dimensiones puede comprender un periodo que se extiende por años o que incluso nunca llega a concluirse, en consecuencia la zona donde antes se encontraba esta construcción pasa a representar un vacío urbano/ suburbano que obedece a un periodo indefinido de confinamiento residual. Un espacio de vida que es desterrado dentro de su propio territorio. ¿Qué quiere decirnos esto? ¿Cómo interpretar ese vacío en un área comprendida de tránsito y encuentro humano? ¿Quién está a cargo/ quién decide esta interrupción de hábitats y qué es lo que esto implica para una posible reconformación de las cartografías urbanas? Preguntas que se acumulan al recorrer una ciudad como Tampico, llena de estos vacíos, donde las inmobiliarias han tenido como blanco fácil predios devaluados de construcciones consideradas simplemente inservibles en su dimensión regulada de productividad.
La demolición como contingencia.
Pareciera un absurdo pensar en el confinamiento de espacios en abandono durante la actual contingencia sanitaria. Se podría suponer que al tratarse de espacios que, al vivir un confinamiento permanente no regulan ni registran cambios en su composición, su estructura, su capacidad de seguir resultado zonas de tránsito moderado o permanencia temporal. Sin embargo, los datos que arrojan nuestras visitas desde que dio inicio el periodo de cuarentena, sobrepasan esta expectativa. Hemos observado que en la mayoría de estos predios ha incrementado el registro de actividad humana, se han producido saqueos a escala mayor y se ha incrementado de forma exponencial los proyectos de demolición. Mientras nos quedábamos en casa, el despojo del espacio fue un blanco fácil pero también una consigna: Acabar con lo acabado. Lo productivamente inservible. Mientras nos quedábamos en casa la explotación del territorio fue una práctica constante y sistemática. Luego, cuando salimos, dijeron que la demolición era un acto de contingencia frente a posibles conatos de actividad delictiva, cuando la verdadera delincuencia se organiza detrás de los escritorios de servicio público. Cuando salimos nos dijeron que lo que estaba ahí, se había ido por nuestro propio beneficio y a favor de evitar posibles riesgos de colapso repentino, cuando lo que se desplomaba en caso de no hacerlo era el gran negocio de la historia por la posesión y venta del territorio, salvaguardando de este modo los intereses inmobiliarios de una estructura aberrante de poder que arremete con más fuerza en la medida en que crece su ignominia.
Hacer presencia en medio de la demolición.
La tarea fue iniciar un programa de recorridos que tenían entre otras cosas, el interés de hacer presencia en espacios que habían sido saqueados, clausurados, incendiados o demolidos. Había algunas preguntas: ¿Cuál es la apreciación desde la condición humana de poner el cuerpo ahí, en una zona cero, en un no-lugar, en un área restringida por explotada? ¿Cómo modificaba nuestra presencia ese entorno desprendido de la noción de espacio y cómo era posible habitar ese entorno con pequeñísimos gestos y acciones casi imperceptibles? Y lo último: ¿Otras civilizaciones vendrán a desenterrar los restos de estas ciudades, para intentar comprender algo más, que asumir que algún día estuvimos aquí? ¿Haciendo esto? ¿O...?
Registrar lo baldío. Un gesto de sobrevivencia para restos materiales expuestos.
¿Cómo generar un debate sobre la conservación de edificios en ruina, cuando la ruina se encuentra en el orden de lo inoperante, lo inadmisible? Dicho de otro modo: Lo que es mejor que no esté y lo que al no existir, deja abierta la alternativa de la compra-venta, mientras el espacio permanece baldío. Cuando revisamos los sinónimos de baldío encontramos estas palabras: Estéril, inútil, infecundo, improductivo. Preguntamos a la gente que pasaba cerca de estos vacíos qué era lo que veía ahí y contestó: Nada. Pensamos que la gente lo que en realidad veía era una estructura de engaño tapiada de apariencias aprehensibles al vacío. A la nada. Pensamos que en efecto no había nada, si es que asumíamos que algo debiera existir ahí. Pero, por otro lado, pensamos que había todo en caso de no asumirlo. ¿Qué había y qué no? Entonces hicimos dos listas:
Lo que no había. Lo que no había quedó expuesto por medio de un trazo impreciso sobre un cristal. El cristal es un cuerpo traslucido, transparente, que remite a esta frase universal: Todo depende del cristal con que se mire. Nosotros miramos por medio de este cristal y encontramos una ausencia de forma, de sentido y de pertenencia. No se trata de una noción pletórica de nostalgia. Se trata de un mapa, de un plano anulado a ultraje y de algo que no queremos que sea recordado como nuestro.
Lo que había. Lo que había se encuentra descifrado en fragmentos, a la diversidad del reducto, a una tipología del escombro que se anula de inmediato a la vista y por lo tanto es imperceptible. La mente bloquea los restos. Como cuando se dice: Este edificio quedó reducido a escombros. Los escombros no cuentan como espacio. Pero aquí los escombros siguen siendo el edificio, o son los únicos testigos de lo que el edificio fue. Los únicos indicios para ayudar a entender algunas cosas que ya no son. Un tratado de ausencias, un gesto de sobrevivencia para restos materiales expuestos.
Llevamos con nosotros una cortina plástica que tiene la propiedad del cristal, pero es inconforme. Lo que ha quedado del espacio está debajo, no podemos acceder a él. Es mejor así. El propósito nunca ha sido encontrar algo. Mucho menos ahí.
El cuerpo/ El territorio/ La cancelación de los dos.
Primer cuestionamiento: ¿Si los espacios no están, no están los cuerpos? Acá solo están nuestros cuerpos, porque el espacio se ha ido. La supresión del espacio, es la desaparición del sitio del cuerpo. Del encuentro humano. La sustracción, la explotación, el desplazamiento. Los restos de la demolición, como ocurre después de un siniestro, quedan esparcidos como materia inservible, arriesgada, con la que falló la proporción.
Lo que había aquí desapareció de la mirada
se apartó de la vista pública, terminó
quedó oculto debajo de la tierra
o en la superficie
o entre el relieve de otros edificios cercanos
o entre los engranajes de las máquinas
que arrasan pueblos
(Las máquinas que parecen conducidas
por algo más que un hombre)
Algo/ Alguien se lleva
estos muros
junto a sus materiales comunes de muro
Ahora con esta tristeza
tratamos de reconstruir otros muros utópicos
inexistentes
amenazados también con la desaparición
la anulación
o el castigo de ser viejos
Documentar la barbarie.
Documentar la barbarie ha valido la pena. Pensamos eso. Desde los veteranos que confirmaron el horror de las secuelas que había provocado la guerra, hasta el tiempo de la reconstrucción de sus aldeas que, a golpe de escombro volvieron a erigirse para los sobrevivientes. Desde los barrios artesanales de Mosul que quedó irreconocible por los bombardeos, hasta la isla de Lesbos donde llegaban los que huían de esos bombardeos. Y en ese mismo lugar, en Lesbos, donde se compuso sin saberlo ni proponerlo, un manifiesto autónomo del naufragio entre pequeñas balsas, casi arrasadas por las corrientes marinas.
Llevamos la herencia de más de un siglo de guerras y hoy nos basta caminar cuatro días para tratar de reconocer donde estamos. Perdimos la dirección tratando de reconocer tiempos, los tiempos del pasado y los tiempos nuestros del presente. Perdimos la dirección y nos topamos repentinamente con la misma escena: Demolición. Demolición como barbarie. Demolición como una estructura compleja de empoderamiento político en nuestros espacios de vida, que quiere decirnos algo más de lo que aparenta.
En una grabación que hicimos desde nuestros teléfonos, aparece una mujer, diciendo: Miren, hay más lugares demolidos que personas caminando a esta hora en la calle. Luego de eso, hemos pensado que quizá las personas no tendrían por qué ser comparadas con sitios demolidos, pero también sí, porque en el fondo algo de ellas, se demuele con la demolición de sus espacios.
Vuelvo a pensar en Kabul, en Mosul, en Palestina, vuelvo al Japón parcialmente destruido después del tsunami. Nuestras prácticas de documentación han sido insuficientes. Lo sabemos por el muro que se levanta frente a las sociedades modernas, como cortina de humo compuesta por la especulación. Dice Susan Sontag que las relaciones entre arte y horror no caben en una sentencia estética. Deberíamos acceder a otros territorios de estas habitaciones que se nos han venido negando. Aquí todo se ha venido restando del paisaje. Y caminar estas calles es dar un paseo por la supresión de la condición de estar/ En el cuerpo/ Entre otros cuerpos que eran el espacio.
Rito del paisaje/ Ruinas para fotografiarnos juntos ahora que no hay nadie. (Construcciones que se construyen mediante otras nociones de dolor)
Protegernos de que una cornisa se nos venga abajo es un ejercicio público que se práctica a diario. Nuestra capacidad de absorber el dolor expresado en los muros de hormigón no es menos/ Nuestra capacidad de entender otras precariedades para las que nos hemos vuelto insensibles. (No es el muro, no es la cornisa, no es el hormigón) Soy yo. Soy yo quien lo hizo. Soy yo quién no lo quiso sostener. El muro no entiende que está ahí para caer. Se trata de sostener. De resistir. De no obedecer las apariencias. La verdadera arquitectura es invisible. En ella, la primera parte parece sencilla: Ver que ya no existe. Pero la segunda es quizá más dolorosa: Saber que no existirá más.
Se nos cayó la casa/ Sostengamos la casa.
¿Dónde quedaron aquellos fantasmas que dedicaron su tiempo a la piedra vencida de otros esfuerzos por venir? ¿Cómo a partir de esta experiencia nuestro universo desafía las proporciones de esta casa/ ciudad que nos expulsa cada que una parte de ella cae? ¿Dónde viviremos y ella donde vivirá en nosotros? ¿Cómo suspendemos el esfuerzo de encontrarnos en una correspondencia de habitarnos cuando desaparece la casa y luego desaparece el que la habita? Pensamos que en ese sentido, los restos se habitan a sí mismos.
(Las casas demolidas impunemente en los territorios ocupados en la antigua Cisjordania son un cuerpo presente que mantiene aldeas completas, construidas de esa ausencia y habitando ese vacío) Un hábitat impresencial que a manera de rito da razones a quién habita, pero no tiene en realidad qué habitar. Y luego Tampico golpeado por el crimen y golpeado por la inercia, la desaparición de la gente y la desaparición de donde habita la gente. Sucursal del plomo y el desplomo. Pensamos que sostener el paisaje, también implica tener razones.