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El avión no se incendió por completo

El avión.

En el año 2013 el festival Teatro para el fin del mundo, inicia con un proceso de investigación y tratamiento del avión Boeing B 727-200 abandonado en la ciudad de Tampico. La aeronave que originalmente fue donada por la extinta compañía Mexicana de aviación para la creación de un parque temático, se convirtió en la sede de cinco proyectos escénicos y recientemente del Laboratorio nacional de intervención a espacios en ruina realizado en noviembre del 2019. Ese mismo año el avión fue considerado uno de los espacios más reveladores en la XIV Cuadrienal de Praga por la realización del proyecto Imperecederos a cargo del Laboratorio de instalación territorial y performance de Valparaíso Chile. El espacio se convirtió en una plataforma de teatralidades que ampliaban perspectivas en la valoración de sus recursos, su relación con el entorno y la resignificación de su memoria.    

El incendio.

El sábado 18 de julio, el avión fue incendiado sin un propósito aparente y quedó parcialmente consumido por el fuego. El interior había sido saqueado casi en su totalidad. Dentro no existían suficientes materiales flamables que provocaran la magnitud del incendio. Por sus características pensamos que, contrario a la versión oficial, se trató de una acción premeditada que contempló el uso de combustibles. Pensamos también que el empeño de los que trabajan en la anulación del espacio como territorio de encuentro, no permite otras formas de relación. Anulan su capacidad viva, suprimiendo los reductos de colectividad e intentando reducir los esfuerzos por encontrar otros sitios efectivos de afluencia fuera de los márgenes oficiales determinados por el espacio público. Pensamos, que el empeño de los que trabajan en la anulación del espacio encuentra también un momento favorable durante el periodo de confinamiento por el que atraviesa la ciudad (Que se extiende en la medida en que se agudiza el abandono de sus espacios). Y pensamos que estas prácticas se repiten de manera constante en diferentes formas y modalidades, entre sectores generalmente vulnerables, inapreciables, de difícil identificación. ¿Cómo ha favorecido esta condición al saqueo, y la depredación del territorio durante los últimos meses? ¿Y hasta dónde podemos reconocer nuestra colaboración directa o indirecta en ello? El avión ardió, pero creemos que el fuego no alcanzó a llevarse todo. Las cenizas siguen estando. Las cenizas son ahora el testimonio y el fuselaje del avión. Y el paisaje que tendremos de fondo de manera cada vez más frecuente.

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Las cenizas.

Esta manifestación de violencia sobre el Boeing algo dice con claridad: Nos toca tratar de entendernos con una ciudad cancelada y el costo de esta cancelación es la privación de espacios públicos, privados y no regulados. El incendio clausura la alternativa de uso común para un espacio que durante años fue un sitio signado por la colectividad y la resistencia de las minorías. El incendio abre la potencia de otro espacio, quizá que desde la transgresión a esa idea favorece un limbo territorial mucho más accesible al despojo. ¿Por qué? El avión era un resquicio de autogestión ciudadana y eso gracias y en buena medida a que nunca se propuso hacer algo importante ahí. (Algo, de lo poco que se puede agradecer de la ineptitud de las administraciones públicas de esta ciudad). El avión era un ejemplo de eso y justo por eso debía ser preservado en términos de su propia condición inherente al anonimato. La pregunta en todo caso es, qué pasará con el avión y qué tipo de relación se puede entablar con sus cenizas. La pregunta se coloca en el costo de una historia que se resume en supresión, anulación, derribos, incendios y desapariciones. La pregunta nos lleva a una discusión inevitable sobre la defensa de espacios necesarios de ser habitados a partir de una reapropiación simbólica del entorno. El incendio del Boeing trae a la memoria otros incendios del pasado. Recuerda que el espacio, como los cuerpos, como el espacio que es cuerpo, vive amenazado por el fuego y mediante este, se determina su condición de sobrevivencia o exterminio. Disyuntiva propia de este tiempo.

 

El despojo nunca podrá ser cuantificado en su justa dimensión. Es una maquinaría que se complejiza y se potencia, favoreciendo (Y siempre de manera cambiante) a estructuras específicas de poder. El despojo del espacio amplía esta perspectiva mediante un sistema de exclusión/ expulsión que vuelve cada vez más normalizada esta práctica. Y lo peor, más entendida como justa. El avión frente al estado de confinamiento, no accede a la posibilidad de que esta comunidad que lo concibió, lo trasformó y habitó pueda interceder en su defensa. Por el contrario, frente a un abandono cada vez más precarizado, estos espacios son presa de una depredación que hoy se favorece de forma exponencial, mostrándose indefensos a un mecanismo rapaz de anulación que promete control, demolición o incendio. El avión frente al estado de confinamiento, dejó de ser una zona de libre tránsito donde se comprendía otra forma de relacionarse con el abandono. Ahí colapsó y algo aprovechó la ocasión para volverlo cenizas. En estas cenizas de ahora, está también otra posición frente al fuego, la de restaurar, reconstruyendo minuciosamente algún panorama luminoso del atentado. El Boening, entra en otro proceso de comprensión de sus vestigios. Y que esas cenizas sirvan para saber quién somos.

 

Teatro para el fin del mundo.

El despojo.

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